Bruselas
Bélgica fue el primer viaje que hice fuera de España. Corría septiembre de 2022, siete meses viviendo de este lado del charco. No fue una opción obvia. En mi cabeza siempre habían estado Londres, Ámsterdam, pero la verdad que no consideraba tanto otros países fuera de los típicos que se hacen en un euro viaje. Eso con el tiempo fue cambiando (y como lo hizo, puff). Fue la primera prueba que hice de ir a un país del que no hablaba una gota del idioma (idiomas, mejor dicho). Y la verdad que salió 10 puntos. No sólo porque me sentí súper cómoda manejándome en inglés o de la forma que fuera que me comunicaba con la gente. Sino porque realmente me abrió la cabeza de lo fácil que es viajar por Europa. Y sobre todo de lo lindo que tiene. Conocer ciudades con historia, con edificios que parecen de cuento, con callecitas que te dan ganas de perderte. Fui en bus, un viaje largo, luego le empecé a tomar el gustito al avión. Los waffles, las papas fritas, la cerveza (la cual no probe en el primer viaje), que lugar del bien Bélgica. Mi primer encuentro fue con Bruselas, su capital. Y la primera nota fue algo que ya sabía: llueve mucho. En las dos primeras horas llovió y paró tres veces. Pero la verdad que no me importó. Porque estaba paseando por una ciudad con mucha vida, mucha escultura, mucho barcito, pero sobre todo con una cultura a la que no estaba acostumbrada, pero que por un par de días me sentía un poco parte. Y empecé con la tradición de entrar en todas las iglesias que pudiera, ver todos los parques que podía de la ciudad, mirar para arriba, siempre para arriba, y caminar hasta que los pies me pidieran un parate. Luego volví dos veces más a Bélgica, pero el primer acercamiento fue el del flechazo, de ese que te dice que siempre que puedas, vas a querer volver. Todavía tengo varios pendientes con ese país (Gante, Amberes, Dinant), pero siempre voy a recordar a Bruselas y su aspecto señorial como el puntapié de mis ganas de conocer todo y más.

